jueves, 29 de mayo de 2014

FOTÓGRAFO CON DIFICULTADES


Me hice fotógrafo profesional porque padecía y padezco una enfermedad degenerativa e incurable del sistema nervioso, con los síntomas visibles de andares de borracho y temblor en manos y cabeza. De esas que mueven a comentarios humorísticos a los más graciosos, muy dados a hacer chistes. He de reconocer humildemente que la cosa no era para menos a la vista de una enfermedad tan placentera. Imaginando mi estampa, yo tampoco me hubiera fiado mucho de mí. Sin embargo, como tenía las idas claras y sabía muy bien lo que quería, y que mi reto era difícil pero no imposible, me lancé a la aventura. Solo tenía que procurar que la opinión de la gente no me afectara mucho. Si alguna vez me enfadaba, era consigo mismo, por no poder hacer las fotos con la normalidad de una persona sana.



Cuando enfocaba la cámara, se producía el milagro de no sacar una foto movida  ni un modelo asustado. Casualidad o misterio, las fotos salían y además no salían movidas. Con el resultado de algunos reportajes, yo era el primer sorprendido. No diré como lo hacía, porque un mago nunca descubre sus trucos. . El temblor tampoco me permitía hacer un buen enfoque con la cámara, mucho menos elegir velocidades de obturación largas. No podía utilizar teleobjetivos, porque, por su tamaño, vibraban mucho. En fin, que todo eran limitaciones. Sin embargo, comparando los resultados con los de la competencia, tenía motivos para estar razonablemente satisfecho.

Porque soy realista, aunque pueda parecer vanidoso,  estoy orgulloso de mis fotos. Cada una es la historia de las dudas, de la rabia, de la impotencia, del miedo al descrédito y al ridículo; de aparentar valor, cuando estaba asustado. De tratar de disimular el temblor, cuando se me movía todo el esqueleto  Exagerar la normalidad frente a la competencia y antes quienes pagaban mis servicios. Porque sabía que no hay consideración cuando se perjudican los intereses de otros, ni aunque esos otros sean personas muy allegadas, amigos o clientes muy considerados.

Siempre hice las fotos en solitario, quise que yo, y solo yo, fuese el único responsable de méritos y fracasos. Nunca me apoyé en nadie, ni nadie me ayudó. Por razones de salud y por orgullo, he sido un solitario que siempre ha ido por libre

Quienes todavía me recuerdan cargado con aquellas viejas cámara fotográficas, no las mejores ni las más caras del mercado,  y que no tenían más automatismo que “el ojo del buen cubero” Aquellos que me recuerdan, repito, pueden dar fe que todo lo que digo es cierto. Que todas las fotos que aparecen en CACHOS DE VIDA son productos de aquella lucha. Solo yo sé lo que me costaba hacerlas. Y aún, la más simple, la más sencilla, la más tonta y con menos contenido, suponía para mí un enorme esfuerzo de control del temblor y de los conocimientos, porque muy bien había que conocer cámara y técnica para llegar a obtener buenos resultados en tan lamentables condiciones

La cocina de mis fotos fue un pequeñísimo laboratorio casero que media un metro de ancho por dos de largo, con cuarenta grados en verano y casi nada en invierno. Aquí, luchando con el temblor de mis manos y a la escasa luz de una lámpara roja, me pasaba noches enteras entre ampliadora, negativos fotográficos y baños para revelar, fijar y demás etcéteras. Y así nacieron las imágenes que hoy recuerdan cosas de un pasado ya lejano, de otra gente, de otro pueblo y de otras formas de vida.

Motivos tuve muchos para desanimarme y dejar de hacer fotos. Pero ni el temblor, ni los ataques de la competencia, ni siquiera los comentarios,  fueron suficientes para que tirase la toalla.

El milagro de la fe en uno mismo. La locura de quien hace proyectos mientras sueña. Los recuerdos de quien tiene en imágenes toda su memoria.


…y porque mi vida siempre ha estado en la calle y en contacto con la gente, no cuento nada que no se sepa.