Los
políticos juran o prometen sus cargos públicos sobre un honor que con el tiempo
se demuestra que no tienen, o, tal vez sea que muchos, si lo tienen, lo
pierden cuando juran el cargo. Hasta es dudoso que crean en el infierno
aquellos que ponen a Dios como testigo ante una Biblia o un crucifijo. Esto nos
induce a pensar que las promesas que hacen, para ellos solo tienen el
valor de una ceremonia de puro trámite. Parece que ya van convencidos que
sus palabras no le comprometen a nada. Esto se desprende de la cantidad de
gente con responsabilidades de gobiernos, de excelentísimos y honorables
personajes, que con gran facilidad y sin sonrojase faltan a las palabras dichas
en el ceremonial de las promesas.
Entonces,
repito, ¿para qué vale esa formula de juramento que habla de honor y
de conciencia? Si, en resumidas cuentas, eso no es impedimento para dejar de
ser honrados en la primera ocasión que se presente. ¡Y son tantos los que
faltan a su palabra!
Admitamos
que los seres humanos somos muy vulnerables a las tentaciones. Y no importa el
status social, ni la cara, ni tampoco las promesas, ni siquiera el temor a las
leyes y la pérdida de prestigio, para convertirnos en presuntos delincuentes o
seguros condenados. Pero, eso sí, solicitando ser candidato a un indulto de los
amigos.
Entonces,
¿qué garantiza esos juramentos o promesas? ¿Qué valor tiene la palabra de un
político de nuestros días?