En
los bancos de la plaza, conocidos fantasmas de desconocidos viejos, que se
amontonan en el silencio de la reflexión o la soledad de los recuerdos,
aquellos que se comparten o se callan en lo más íntimo de la memoria. Ellos y
yo fuimos amigos, cuando no teníamos arrugas, ni el bastón soportaba el peso de
los años. El paso del tiempo nos ha convertido en extraños. Partí joven y
regresé viejo. Ahora soy forastero hasta en mi propia tierra. La plaza de mis
recuerdos la veo ocupada por gente extraña, por cosas nuevas, por árboles que
no estaban. Sin embargo, por un momento creo ver en el cielo la bandada de
gorriones negros, que por la tarde volaba alrededor de la torre, con su
algarabía de pájaros de fiestas o de lutos. Donde tantas veces siendo
niño había tocado repiques de gloria o redobles de muertos, en aquellas viejas
campanas.